Entrada publicada por: D. Juan José Molina León.

Estoy seguro de que Álvaro tenía el don de la música. Fue hace muchos, muchos años, en un colegio de Madrid. Un sol espléndido de primavera entraba por las ventanas. Un jardinero trabajaba con su máquina corta-césped muy cerca del aula y el olor a hierba recién cortada inundaba la clase.

El profesor nos ponía de vez en cuando algunas piezas de música clásica y muchos de los compañeros de mi clase optaban por «pasar» del tema. Algunos se hacían los dormidos, otros ponían «cara de éxtasis» consiguiendo la risa de los que estaban a su lado,… pero Álvaro cerraba los ojos, se olvidaba del mundo y sonreía, mientras escuchaba la melodía. Me dí cuenta. Creo que sólo fue un instante. Es de esas cosas que están guardadas en el baúl de la memoria y que hoy, al terminar de leer esta novela de Santiago Herraiz, “Nocturno”, ha aflorado con una nitidez extraordinaria.

Llegó la hora del recreo y le dije a Álvaro: “Oye, no me digas que te ha gustado el bodrio que nos ha puesto hoy el profe. Te he pillado”…

-”Me encanta la música clásica”, dijo Álvaro. “La clave está en olvidarte de lo que tienes alrededor. Meterte en la melodía. Entonces llegas a comprender lo alucinante que es la música clásica”.

Me quedé de piedra. Le dije que me enseñara. Quería meterme en las melodías. Y algo me enseñó. Creo que no tengo el don de la música como él, pero las veces que intenté seguir el consejo de Álvaro disfruté de lo lindo con la música.

Esto es lo que me ha venido a la cabeza al terminar de leer “Nocturno”, de Santiago Herráiz. Una novela que te recomiendo. Aquí solo te dejo un fragmento de la novela. Es el momento en el que Renzo, el protagonista de la historia, habla con Samuel, un pobre viejo que toca su violín en un callejón del centro de Madrid:

“-Usted es un genio.

Samuel casi se atraganta de la carcajada, que resonó estruendosa en el callejón. Por fin, logró tranquilizarse y me habló en un siseo apenas perceptible.

-Mira, Renzo, tienes madera. Lo sé, lo supe desde el primer día que te vi. Cuando escuchas música, tu mirada habla por ti aunque te esfuerces por ocultarlo. En eso consiste el don: algo muy oculto, en una profundidad del hombre donde jamás llegarán los médicos, en un abismo oscuro… Sí, allí se encuentra el don. Tú lo tienes y pude comprobarlo esta mañana ante la televisión del bar. Estaba rodeado de gente como yo, bebiendo y bebiendo, ajenos a lo que sucedía en la televisión. Nadie reparó en tu intervención, no tienen el don. Pero yo te escuché detenidamente y pensé: pobre chico. Le aguarda una vida cruel… ¿Sabes que se experimenta cuando nadie, ni tu madre, ni tu mujer, nadie te entiende? Ves tan claras las cosas que el mundo te parece estúpido al no querer compartirlas. Es más amable desaparecer entre la multitud, la verdad, por eso he de decirte que deseé ardientemente que cambiaras de camino…, parecen más felices los que no lo recorren, e incluso a veces he llegado a dudar si yo mismo me estaré equivocando. Pero el don es más fuerte que el engaño. Resiste, como una fortaleza inexpugnable. Los portadores del verdadero arte saben que el camino es único, sólo en él encuentran sosiego.

-¿Qué significa eso, Samuel?-pregunté, cada vez más inquieto.

-¿El qué?

-El sosiego…

Rió sin empacho, observándome con un aire que advertí paternal, por primera vez. Cuando logró calmarse, noté que le costaba encontrar las palabras exactas para responderme.

-El sosiego, sí. Se produce cuando logras que el mundo, esa pocilga que ves a tu alrededor, se detenga lo suficiente como para advertir que hay una clave que lo hace comprensible, incluso bello. Lo que al principio te parecía una letrina sin papel higiénico resulta que no lo es, y tiene un lugar para ti, sí, eso es, un lugar y una misión, y te sientes portador del verdadero idioma para descifrarlo. Creo que esa impresión se aproxima un poco a la definición de sosiego.

Observé a Samuel en silencio, sin estar completamente persuadido de entender sus palabras. No obstante, permanecí a la espera. Con Samuel, el tiempo se detenía, se detenía el mundo y él parecía observarlo y hacerlo girar en la palma de su mano.

-Entonces- prosiguió, tras unos segundos-, se produce un extraño fenómeno: entiendes que todavía hay algo por lo que vale la pena luchar, y que se encuentra al alcance de tu mano. El dolor se mitiga, incluso parece reducirse hasta casi desaparecer, porque tienes la paz suficiente para escribir su música sin sentir su veneno.

-¿Y usted lo ha conseguido, eso que dice?- pregunté, cambiando de postura. Se me había dormido la pierna, y me hacía cosquillas por debajo de la rodilla.

-Pocas veces, pequeño Renzo, pocas veces. Sólo se alcanza cuando se ama, y yo he amado mucho pero durante poco tiempo. Esa es la tragedia de mi vida, y espero que no sea la tuya. La música me ha dado la fuerza necesaria para no autodestruirme. Tiene un poder mucho mayor de lo que piensas…

Aquí, una reseña sobre la novela.

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